Lo llaman fútbol ‘moderno’

Lo llaman fútbol moderno y lo cierto es que, de moderno, tiene poco. ¿O acaso la desaparición de clubes honrados por falta de dinero y cuestiones de poder son símbolos de progreso?

Desde pequeña aprendí a querer, cuidar y valorar todo aquello que tenía a mi alrededor, y más aún si se trataba de algo que me hacía feliz. Con el fútbol, ocurrió lo mismo. El problema fue darme cuenta de que había valores que habían cambiado, y mucho, desde aquellos primeros días donde se disfrutaba del deporte por encima de cualquier problema.

A quien diga que es ‘sólo fútbol’, le diré que también es política, economía y lucha de clases entre personas que se toman el deporte como si de una revolución se tratase. A quien diga que es ‘sólo fútbol’, le diré que también son sentimientos encontrados, lágrimas y felicidad por encima de todo.

Pero ahora nada de lo anteriormente descrito prevalece. Ahora ya no importa lo que sientas o lo que te hagan sentir. Ya da igual ser el jugador número doce de tu equipo. Ya no. Porque ahora es el fútbol moderno quien toma las riendas del esférico.

Hace algo más de un mes, al asistir a una conferencia de la que Juan Ignacio Gallardo -actual director de MARCA- era uno de los protagonistas, sentí vergüenza. Su discurso, más medido que el de cualquier político, no alentaba a los estudiantes de periodismo a conseguir una profesión pura y digna. Los alentaba a ser lacayos, a ser complacientes, y, en definitiva, a no ser. Gallardo no sólo dio muestras de ser poco profesional, sino que admitió -por si no era poco, fuera de cámaras-, que su línea editorial rozaba en estos momentos el sensacionalismo, y que era necesaria la creación de noticias vacías que atrajeran simplemente al lector para conseguir visitas (lo que en otras palabras se traduce como dinero). Gallardo fue sincero, no tuvo escrúpulos. Y me abrió los ojos aunque lo tomase a mal.

Me di cuenta, entonces, de que quienes mandaban en esto del fútbol moderno eran, precisamente, quienes se estaban cargando todos los esquemas iniciales.

Ya no es necesaria la participación de la grada porque lo que vale son los millones de euros desembolsados en canales de televisión. No hay un mínimo de reconocimiento en el esfuerzo grupal de un equipo, sino en el dinero del mismo. No existe la calidad, sino la grandeza a nivel económico, y sí, también político. Ya el aficionado no es aficionado. Es marioneta de un mundo que cada vez se aleja más de la tierra en la que vivimos. Y, muy a mi pesar, el simpatizante ya no es catalogado como simpatizante sino como ‘ultra’.

Del todo del fútbol a la nada del deporte. De los aplausos a los pitos, de la ovación al insulto, de los cánticos que salen del corazón a las canciones que insultan al rival.

No podemos hablar del compañerismo, de la deportividad y de la elegancia que conlleva aquello de mover el balón… Porque de eso, ya queda más bien poco. No sé, ni siquiera, qué es lo que nos ha quedado a quienes aún nos negamos a pertenecer a un negocio más en alza que nunca. No sé hasta qué punto vamos a tensar la cuerda. Y no sé cuándo puede romperse.

Hasta hace un tiempo pensaba que eso del fútbol moderno no me tocaba de cerca a mí. Pensaba que sí, que era un negocio que estaba ahí, una mafia de la que difícilmente se salía una vez que entrabas, y algo con lo que tener cuidado si querías pertenecer en algún momento. Pero estaba muy equivocada.

El fútbol moderno también se siente lejos de la élite. El fútbol moderno no sólo está presente en Primera División, en la Premier League o en las grandes competiciones a nivel mundial. El fútbol moderno se vive, y bastante, en los clubes pequeños. Son su principal objetivo. Ellos son el producto, sí; el dinero es el cociente.

¿Nadie se está preguntando el motivo de la desaparición de equipos desconocidos para muchos? ¿No existe apoyo hacia esas pequeñas masas? ¿Por qué no es portada la cantidad de dinero negro destinado a grandes entidades del mundo del fútbol?

La respuesta es sencilla: Porque no vende. Y como no vende, no importa. Y si no importa, si no se saca en portada, no existe. O parece que no existe.

Pero la realidad es otra. La realidad es que este nuevo fútbol daña a quienes más lejos se encuentran. La realidad es que sin dinero no hay fútbol. No rueda la pelotita. No hay más.

Por eso ya no creo, ya no confío, ya no me ilusiono. Por eso no opino que haya que ‘remar’ hacia ninguna dirección, porque la única solución que existe es la del dinero. Y es lo que precisamente falta en clubes humildes, afectados por malas gestiones o por gestiones inexistentes. En este sentido, podríamos hacer una extrapolación de ese fútbol moderno al recreativismo.

Un recreativismo que, partido a partido, ha querido envolverse de un aura mágico y repleto de ilusión. Un aurea que, a priori, parecía inquebrantable… Un aurea que ya se ha roto por completo y del que poco se puede salvar.

Minuto a minuto he dejado de creer en ese mítico ‘sí se puede’. Minuto a minuto he considerado necesario creer con realismo. Minuto a minuto me he dado cuenta de que todo falta cuando nadie da más. Todos hablan, pero nadie actúan. Y no lo hacen porque no hay nada que hacer ya. Es triste, sí, pero también es cierto.

Una plantilla destrozada por completo. Una inversión que parece de espejismo. Una afición que comienza a levantarse mucho antes de llegar al final. Una situación que destruye cada vez más esto que, en un principio, llamamos ‘fútbol’.

Me cansa esta pasión que sólo aporta lágrimas. Me cansa que los de dentro se cansen. Me cansa que no exista el esfuerzo. Me cansa que el recreativismo comience a convertirse en una leyenda en lugar de algo que prevalece en el tiempo.

He visto lágrimas en la grada. He visto cabezas agachadas. He visto niños que no apoyan al equipo de su capital porque tienen como referentes a jugadores que defraudan a Hacienda y que cobran hasta cuando están sentados en su casa. He visto a recreativistas de corazón cambiando el Nuevo Colombino por un medio que retransmita otros partidos mucho más interesantes. He visto la conversión del deporte a la recreación del negocio.

Y nos toca aguantar ante ello. Y nos toca seguir. Y nos toca confiar.

Y nos toca acallar a ese fútbol moderno. Realzar el deporte. Alejarnos de esos esquemas. Romper con el negocio. Creer, o no, que se puede. Porque en el fondo, siempre se puede.

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